El Vértigo: Fulgores y abismos



En San Telmo, los viernes por la noche, el Museo Pallarols se convierte en el escenario de El Vértigo, excelente puesta dirigida por Matías Leites y Leopoldo Minotti sobre la obra homónima de Armando Discépolo.

Por María Luciana Gandolfo

Es  inevitable hacer referencia a este espacio, pues la experiencia comienza al atravesar sus puertas. Sus paredes y objetos llenos de misterios nos invitan a agudizar la mirada y así nos disponemos a vibrar con la música de la historia. Inmersos en esta sintonía, pasamos al espacio donde se desarrolla la escena: un verdadero taller de orfebrería dispuesto para dar lugar a la representación.

Discépolo escribió El Vértigo en 1919. La trama está cimentada precisamente sobre el universo de este oficio. Transcurre en la casa de una familia de orfebres italianos, radicados en Buenos Aires por circunstancias que el drama dará a conocer. El tema que atraviesa la obra es el desamor, o amor no correspondido, y el autor hábilmente entreteje este tópico con el de la fiebre por los objetos materiales, objetos de deseo inalcanzables que conducen a la locura.

Así es que los espectadores ingresamos a la sala con la acción in media res. Los artesanos se encuentran realizando su quehacer y nosotros nos convertimos en voyeurs, en espías de la intriga que se despliega en la intimidad de esta familia, sumidos ya en un mundo material y metafísico a la vez. El hechizo ya hizo efecto. Entre metales y piedras preciosas, gemas, cinceles y fuegos, se forjará esta historia de cegueras y pasiones.

Los personajes están construidos con atino por un elenco talentoso que sabe interpretar la densidad del relato, habitar el espacio y entregar el cuerpo en cada escena. Cada parlamento expone una reflexión que la dirección sabe bruñir para exaltar su brillo. Además el trabajo de iluminación acompaña el drama, hasta en sus notas más subjetivas, y resalta las texturas del ambiente de modo tal que el tratamiento resulta casi pictórico, como la luz de un cuadro de Eugenio Daneri.  La ambición y la obsesión en sus múltiples caras, el amor y el deseo, son  vectores que irradian las acciones y, en su devenir, la tensión dramática crece, como la temperatura a la que arden los metales.

El texto expone en forma dialéctica el problema que se genera allí donde demasiado brillo enceguece. Y este nodo será abordado por distintas lecturas que la puesta en escena en su conjunto exhibe muy bien. Las piedras y los metales son dones de la naturaleza que el hombre opaca con valores y precios. Las joyas son objetos que desde tiempos ancestrales han sido utilizados como signos de poder y en torno a los que se ha creado la diferencia entre quienes pueden poseerlas y quiénes no. Sin embargo las manos orfebres son quienes más conocen los secretos de sus materiales. Ellos no las lucen, pero parte de su alma queda en cada pieza. Estados de ánimo turbados, darán golpes fallidos, erráticos. Pero en estados de disposición y entrega, esas manos entablarán diálogos con los objetos que en su composición, guardan las fuerzas de la tierra. Este conocimiento atempera en ellos la perdición que las alhajas producen en los hombres. Sin embargo no los exime de enceguecer por otros deseos desenfrenados. Todos, de una u otra forma, se vuelven vulnerables al exceso. Todos trastabillan ante el vértigo que produce lo desmedido. El final es el salto al abismo.

 


 

Ficha Artístico/Técnica

Autor: Armando Discépolo
Intérpretes: Marcelo Aruzzi, Natalia Besuzzo, Matias Broglia, Roberto Cappella, Marcos Horrisberger, Martín López Pozzo, Alicia Naya, Yesica Wejcman
Vestuario: Cecilia Zuvialde
Diseño de luces: Miguel Solowej
Música: Santiago Barceló
Fotografía: Leopoldo Minotti
Diseño gráfico: Roberto Cappella
Escenografía: Juan Carlos Pallarols
Asesoramiento escenográfico: Cecilia Zuvialde
Prensa: Octavia Comunicaciones
Asistencia de dirección: Juan Sebastián Echave
Dirección: Matías Leites, Leopoldo Minotti

Funciones:
Viernes 21 hs.
MUSEO PALLAROLS
Defensa 1094. CABA
Entradas al: 1567251000 Web: http://www.elvertigo.com.ar

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